Ganar la guerra sin importar las elecciones
En estos días leía en las redes las siguientes palabras de Winston Churchill: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor, y además tendréis la guerra”.
Esta contundente afirmación merece ser tratada con el debido respeto, así que empezaré por contextualizarla.
Durante la primavera de 1938, Hitler comenzó a apoyar abiertamente las demandas de los habitantes de la región de habla alemana de Checoslovaquia, denominada los Sudetes. Una región montañosa donde habitaba una minoría étnica de Europa Central formada por alemanes de las zonas de Bohemia, Moravia y Silesia oriental. Previamente el Führer ya había logrado anexar Austria a Alemania, siendo el próximo paso Checoslovaquia; creando así el imperio de la gran Alemania, que según él duraría 1.000 años.
Por iniciativa de su mano derecha, Herman Göering, y por mediación del dictador italiano Benito Mussolini, se llevó a cabo un pacto entre Inglaterra, Francia y Alemania para anexar la región a Alemania. Esto fue denominado el acuerdo de Múnich. Hitler no permitió que los representantes de Checoslovaquia formaran parte de la reunión, razón por la cual se sintieron traicionados, ellos denominaron el pacto como la traición de Múnich.
Previamente el partido alemán de Los Sudetes había promulgado los decretos de Carlsbad del 24 de abril de 1938, que exigía autonomía y libertad para profesar la ideología nazi en la región. Hitler por su parte se erigió como el defensor de los alemanes de Checoslovaquia. Antes de la firma del tratado, Hitler le aseguró a Chamberlain que si este pacto era aprobado él desisitirría de futuras pretensiones territoriales en Europa.
En el acuerdo de Múnich, el primer ministro británico, Neville Chamberlain, y el primer ministro francés, Édouard Daladier, cedieron a Alemania la región, dándole pretexto a Hitler para su futura invasión del resto de Checoslovaquia.
El inmenso esfuerzo se centraba en evitar una nueva guerra con Alemania. Chamberlain, Daladier, Hitler y Mussolini se reunieron en Múnich entre el 29 y 30 de septiembre y firmaron el acuerdo. Los firmantes se comprometían a dirimir cualquier desacuerdo a través de una consulta popular, la cual no involucraba al gobierno checo, solamente se le comunicaría su resultado.
Tanto Chamberlain como Daladier retornaron a sus países jubilosos. Fueron recibidos por multitudes. La gente celebraba que la amenaza de guerra había cesado.
Por su parte Chamberlain le comunicó al pueblo británico lo que él había logrado conseguir:
“Queridos amigos, esta es la segunda ocasión en nuestra historia que vuelve desde Alemania a Downing Street la paz con honor. Creo que es la paz para nuestro tiempo. Os damos las gracias desde el fondo de nuestros corazones. Y ahora os recomiendo que os vayáis a casa y durmáis tranquilamente en vuestras camas”.
Durante la discusión del pacto de Múnich en la Cámara de los Comunes del Parlamento Británico, Churchill, aunque miembro del mismo partido del Primer Ministro, se opuso a la firma de ese pacto aseverando que aquel camino no conducía más que a la guerra:
“Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor, y además tendréis la guerra”.
Entre el 1 y el 10 de octubre del 38 el ejercito alemán ocupó la región de los Sudetes, comenzó la persecución de los judíos y gran parte de la población checa fue expulsada. Lo más significativo fue que ni el gobierno checo participó en esta negociación y los demás países de la región no reaccionaron ante esta barbaridad histórica. Como consecuencia el 1 de septiembre de 1939 Alemania ocupó completamente Checoslovaquia, dos días después Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania desatando así la Segunda Guerra Mundial.
En 1940, tras el fracaso del pacto de Múnich, Chamberlain dimitió a su cargo de Primer Ministro y el Rey Jorge VI propuso a Winston Churchill para formar un nuevo gobierno.
Sin duda alguna, la figura política más astuta e inteligente del siglo pasado logró ver los desaciertos de una política blanda y populista frente a la terrible amenaza sin escrúpulos del Führer.
Churchill llevó la batuta durante la Segunda Guerra Mudial, y desde su despacho ubicado en el número 10 de la calle Downing de Londres, movió los hilos del conflicto más sangriento de la raza humana. Su testarudez, férrea convicción, y la ayuda de los aliados, fueron los factores que lograron alcanzar la victoria sobre las ambiciones imperialistas de Alemania y la amenaza del comunismo soviético.
Durante su ejemplar actuación en la defensa de Inglaterra, fue considerado un gigante político. Su popularidad fue inmensa, sin embargo, esto no fue suficiente para ganar las próximas elecciones de 1945. Fue derrotado por Clement Attlee, el candidato del Partido Laborista.
En la defensa de Inglaterra nunca puso sus intereses politicos por encima de los de su país. Jamás fue cegado por la ambición personal, ni por la de su partido, y si algo lo caracterizaba era su aguda visión y enfoque. Pocos son los políticos que han logrado conectarse con los intereses superiores tanto como este gigante logró hacerlo.
Antes de que la Union Soviética y los Estados Unidos entraran en la guerra, él ya se había enfrentado solo a la amenza nazi que controlaba gran parte de Europa. En una oportunidad fue elogiado como el león británico, sin embargo, su respuesta fue muy modesta y elocuente: «El león británico fue el pueblo, yo solo di el rugido».