Un antes y un después
Una de las mejores novelas que he leído es sin duda Historia de dos ciudades del escritor inglés Charles Dickens. De la misma manera que la primera impresión es lo que cuenta, las primeras palabras de un libro son fundamentales para captar la atención del lector. Esta historia comienza con una reflexión extraordinaria, y en mi opinión es el inicio perfecto de un libro.
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”
Historia de dos ciudades fue publicada por primera vez en una revista fundada por el propio Dickens llamada All Year Round. Esta publicación se hizo en 31 entregas semanales, desde el 13 de abril hasta el 26 de noviembre del 1859.
La novela se desarrolla entre Londres y Paris en 1775. Es la comparación de Dickens sobre lo que acontecía en Francia en los albores de la Revolución Francesa y lo que representaba Inglaterra en la misma época. Una comparación por contraste donde Inglaterra se muestra como un ejemplo de paz y justicia, un lugar seguro donde el futuro estaba garantizado; mientras que Francia representa la violencia en dos formas muy singulares y características de toda revolución: la violencia popular, ejercida por las masas, y la violencia ejercida por parte de sus protagonistas a través del terror. Lo más memorable de este libro son las escenas de violencia protagonizadas por el pueblo francés, cegados por la venganza social y locura colectiva.
La trama de la novela es extraordinaria, sin embrago lo que me parece más importante es la comparación que Dickens realizó sobre estas dos ciudades. Es increíble que algo tan remoto siga tan vigente. Por supuesto no en las mismas ciudades ni países, pero en muchas otras que siguen repitiendo los desaciertos que llevaron a Francia al caos social y político durante finales del siglo XVIII.
Si hay algo que nunca ha cesado es la transformación. A veces es brusca, otras más sutil, sin embargo nunca cesa. Los científicos, empeñados en demostrar de una manera racional lo que es prácticamente imposible, lograron definir en cierto modo la transformación a través del segundo principio de la termodinámica. Sin intención de ahondar en complejos axiomas hay dos cosas que me llaman la atención tanto del primer como del segundo principio. En palabras simples el primer principio dice que la energía no se crea ni se produce sino que se transforma. El segundo dice que para que un sistema en equilibrio A pase a otro estado de equilibrio B la cantidad de entropía en el estado B debe ser máxima e inevitablemente mayor que el estado A. La entropía de un sistema es una cantidad física abstracta que define el grado de desorden molecular en un sistema físico. Es decir, por primar vez los científicos lograron definir de una manera racional, aunque no lo parezca, que el tiempo existe, que hay un antes y un después, sin embargo lo que en realidad define el paso del tiempo es la transformación, que aunque no sea tan evidente, es lo más importante en este axioma.
En estos días leía acerca de una entrevista realizada al monje budista Thích Nhất Hạnh y me llamó mucho la atención su reflexión acerca de la muerte y la transformación. Le preguntaban la razón por la cual los occidentales considerábamos la muerte como algo triste, mientras otras culturas la consideran lo contrario. Su respuesta fue muy simple, la muerte no existe, es una ilusión. Lo único que si estamos seguros que existe es la trasformación, y en la medida que negamos la transformación y nos centramos en la muerte confundimos el significado de la vida.
Esto parece un trabalenguas pero no lo es. Es una reflexión llena de humildad respecto a nuestra existencia.
Thích Nhất Hạnh hace una analogía de la muerte con una nube en el cielo. Nada define mejor a la transformación que una nube. En principio la nube es una ilusión, son gotas de agua que gracias a los caprichos de la física y de la óptica logramos observar esas figuras blancas en el cielo. Desde que la nube toma forma es víctima de la transformación. Cuando las gotas de agua la saturan descarga su contenido en forma de lluvia hasta que desaparece. La transformación de la vida pasa por los mismos ciclos que una nube y sigue su curso. No podemos entristecernos por la desaparición física de una persona cuando entendemos que no desapareció, que las gotas decidieron continuar su recorrido.
La sociedad es un reflejo de nuestra propia existencia, y mientras seamos más los que nos involucramos en su desarrollo esta se parecerá más a sus creadores, esa sociedad que tanto criticamos no puede escapar de este mismo principio de la transformación.
Los países no mueren, simplemente siguen su curso en una constante e infinita transformación que no para. Si no estamos de acuerdo con el resultado de esa transformación es porque no fuimos parte de ella. En lo personal estoy seguro que yo podía haber dado mucho más para que mi país fuese diferente a lo que es hoy, sin embargo no lo hice. Ahora siento que no me pertenece y que no lo conozco. Simplemente no participé activamente en la inevitable transformación que sufría. Al final, varios años antes de emigrar, decidí actuar y lo hice, pero ya era demasiado tarde, la barbarie se había impuesto a la fuerza con una máscara de democracia, pero en el fondo todos sabemos que jamás lo fue.
La nube seguirá en su caprichosa transformación que, aunque los científicos puedan conocer todo lo concerniente a su estructura atómica, ninguno puede predecir con exactitud lo que hará el minuto siguiente. De la misma manera nuestra vida y nuestra sociedad seguirán transformándose.
Como personas racionales tenemos la obligación de participar activamente en esa transformación. Cada quien tiene a su alcance mucho para aportar y que esa transformación sea positiva. Si no lo hacemos el curso de la transformación va a continuar y el resultado ya todos lo conocemos.